Como en todas las neurosis, una reacción que originalmente es normal y útil para la supervivencia se desvirtúa al aumentar tanto en intensidad y frecuencia que, en lugar de ser un mecanismo defensivo provechoso, se convierte en una fuente de sufrimiento y de incapacidad. Si esta respuesta desproporcionada se hace crónica estamos ante una neurosis de ansiedad o neurosis de angustia.
La angustia puede aparecer de dos formas: en un estado permanente de ansiedad o en ráfagas de angustia, separadas por intervalos de aparente normalidad.
Crisis de angustia
Consiste en la aparición repentina de la ansiedad en su máxima intensidad. La típica crisis se presenta generalmente de modo repentino, sin síntomas previos de aviso. No es raro que se desencadene durante el sueño, despertándose el paciente con los síntomas en toda su intensidad.
Estas crisis se viven por el paciente como una señal de muerte inminente, la intensidad de sufrimiento es equivalente a la de alguien que nota que lo van a matar. Se acompaña de síntomas corporales de pánico: taquicardia, palpitaciones, respiración acelerada, sensación de ahogo o falta de aliento, náuseas o molestias abdominales, mareo, desmayo o aturdimiento, palidez, manos y pies fríos, sensación de opresión precordial que en ocasiones llega a ser dolor precordial, sudoración, parestesias (sensación de entumecimiento u hormigueo), miedo a perder el control o «volverse loco» y miedo a morir.
Ansiedad generalizada
Son manifestaciones permanentes, pero más leves, de ansiedad. Los síntomas no se presentan de forma tan aguda, producen una sensación de malestar generalizado y los síntomas suelen ser: palpitaciones, palidez, ganas de orinar, diarrea, sudor, temblor, dificultad para concentrarse, hablar o incluso para respirar. Lo frecuente es que se combinen las crisis de ansiedad con el estado ansioso generalizado y que el paciente entre sus crisis no esté normal, si no angustiado ante cualquier estímulo (ir en metro, alejarse de casa, acudir a una entrevista, etc).
A su vez, el individuo tiene que haber tenido dificultades para controlar ese estado de constante preocupación y aprehensión, acompañados de al menos otros tres síntomas tales como inquietud, fatiga prematura, desconcentración, irritabilidad, tensión muscular y trastornos en el sueño.
Durante las crisis de angustia se pueden administrar medicamentos ansiolíticos o tranquilizantes para proporcionar alivio sintomático al paciente. Posteriormente el tratamiento ha de ser psicoterapéutico con técnicas cognitivo-conductuales como la relajación, la exposición a estímulos angustiantes la desensibillización sistemática, el biofeedback, entrenamiento asertivo, etc.Las técnicas de relajación y el entrenamiento en respiración son fundamentales para el alivio ante las crisis, el miedo y la ansiedad anticipatoria.
Igualmente se recomienda la terapia familiar y terapia de grupo para ayudar a las personas afectadas y a sus familiares a adaptarse a las dificultades psicosociales que trae aparejado este trastorno.
La combinación de estos tipos de tratamientos ayuda del 70 al 90% de las personas afectadas. Se puede apreciar una mejoría significativa de 6 a 8 semanas después de iniciarse el tratamiento.